Este Escarabajo va al Proctólogo

*El siguiente cuento es un trabajo de ficción. Los personajes, organizaciones, marcas, y eventos retratados son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Este material no refleja las opiniones del autor. Puede representar temas y lenguaje altamente inapropiado para demograficos sensibles y no deberia ser leído por menores.

 

Era el cumpleaños de Andrea, así que la llevé a un restaurante en el muelle de la presa de agua de Sebastian—ya que es lo más parecido a un océano. El desayuno tropical en medio del aire helado iluminó nuestras lenguas—camarones y tentáculos de pulpo. La amplia sonrisa de Andrea reavivó mi fe en la humanidad; su cuerpo, que parecía el de una diosa griega, calentado por un suéter blanco de cuello alto, una falda negra brillante sobre su trasero perfecto, un par de medias de nailon invisibles aprisionaban sus sexys piernas, y las botas de invierno que le regalé el año pasado fueron su elección de calzado. Sus dedos acarician su cabello planchado mientras sus ojos me recuerdan por qué sigo viviendo. ¿Cómo puede un escarabajo como yo caminar con una muñeca como ella?

Me disculpé y fui al baño para completar la última tarea de mi rutina matutina—hacer el número dos antes de mediodía.

Sangre. Todo lo que podía ver era sangre roja y brillante en el papel higiénico doblado en cuadrados.

Me tambaleé hacia la mesa—sin poder mantener el equilibrio—y me desparramé en la silla con la mirada pálida.

“¿Harry? ¿Estás bien?” Su voz enternecedora me tranquilizó.

“Sangre…” Yo arrojé, un tanto demente, como el anciano jorobado con cataratas en ambos ojos salido de una película de terror quien mira fijamente las cuencas vacías de la muerte.

“¿Sangre?” Preguntó ella sorprendida.

“Cagué sangre”.

“¿Qué demonios?”

“Cuando me limpié el culo vi sangre, y caca.”

Ella apartó sutilmente sus camarones. Continué. “Cuando seguí limpiándome, solo era sangre.”

“¿Te dolió?”

“No…”

“¿Es como una hemorragia o algo así?”

“No, no nada estaba chorreando.”

“Creo que debemos llevarte al hospital.” Me miró con preocupación incesante.

“Creo que voy a morir.”

“Harry, cálmate.”

“Siempre supe que moriría junto al océano.”

Ella se rió entre dientes. “Esto no es el océano.”

Andrea me llevó de vuelta a la ciudad mientras yo buscaba en Google “Proctólogo cerca del centro” y hacía una llamada telefónica.

“¿Qué dijeron?” Se preguntó Andrea, con los ojos fijos en la carretera.

“El médico puede verme tan pronto como lleguemos.”

Sentí que mi alma se alejaba de este cuerpo peludo y flácido. Siempre supe que moriría desangrándome.

“Andrea,”

“¿Sí, Harry?” Ella sonrió—preparandose a sí misma para otro pensamiento hipocondríaco. Sus ojos se dirigieron hacia los míos, luego a la calle.

“Lo siento, no quería arruinar tu cumpleaños.”

“Está bien, cariño.”

“Es tan extraño que de alguna manera siempre me las arreglo para arruinar todos tus cumpleaños, el año pasado te hice llorar accidentalmente...”

“Está bien, Harry.”

“Y este año te voy a dejar viuda…”

“No digas eso, Harry.” Una tristeza apareció detrás de sus ojos. “Puede ser cualquier cosa, desde un rasguño o una venita que se reventó.”

“O cáncer de intestino…” Dije solemnemente, con el brillo del teléfono sobre mi rostro.

“¿Sabes lo que más me preocupa?” Ella dijo.

“¿Qué es, mi amor?” pregunté, profundamente asustado porque si ella también piensa que voy a morir! Oh, Dios! Eso significa que debe ser el fin!

“¡El contrato del salón de bodas decía claramente que no recuperaremos nuestro dinero en caso de cancelación!”

“¡Andrea!”

Ella rió. Crucé mis brazos y miré la ventana como un adolescente irritado.

“¿Quieres donas?” Andrea ofreció.

Los panecitos se sintieron extremadamente bien en mi estómago mientras esperabamos en la sala de recepción.

“¿De qué sabor son tus Timbits?” Le pregunté a mi hermosa prometida.

“Jalea de fresa. ¿Quieres uno?”

Me entregó una masa redonda perfecta, mi instinto fue apretarla como si estuviera torturando a un ser inferior y vulnerable. Descargué todo mi resentimiento hacia mi vida en esta pequeña bola.

“No hagas mugrero,” Me aconsejó Andrea, me conoce tan bien.

Demasiado tarde. Mi uña ya había hecho un pequeño agujero del que salía gelatina roja, y como la bola tenía el mismo color de piel que yo, tuve que contener mis lagrimas de miedo.

“¿Harry De Santos?” Llamó la recepcionista.

“¿Quieres que te acompañe?” Propuso Andrea.

Entramos a un elegante espacio de trabajo para alguien que repara culos, las paredes estaban reemplazadas por vidrios y tenía una hermosa vista del centro de la ciudad, no sé qué había imaginado para un hombre que se gana la vida insertando dedos en culos de viejitos. Tal vez como un grafiti.

Después de un breve saludo, el proctólogo corto la mierda. Quiero decir, corto y literalmente fue directo a la mierda.

“Doctor, ¡me estoy muriendo! ¡Vi sangre por todo el papel higiénico!”

“¿Era rojo vivo o rojo oscuro casi negro?” Preguntó solemnemente.

“Rojo vivo, creo.”

“Eso es bueno. No viene de adentro.”

“¿En serio?”

“Sí. ¿Has sentido algún pequeño grano alrededor de tu ano?”

“¿Hemorroides? No…”

Reflexionó. “Creo que debemos revisarte, para estar seguros.”

“Vale.” Tragué saliva porque era muy musculoso para ser médico.

“Por favor, quítate los pantalones y la ropa interior, y túmbate boca abajo en esa cama.” Su dedo grueso señaló.

Andrea sonrió nerviosamente. El médico se lavó las manos, las cubrió con guantes de látex y se echó lubricante en los dedos.

“Por favor, ponte la almohada debajo de la vejiga.” El ordenó.

Hizo que mis cachetes traseros apuntaran directamente a su cara. Esto no podía empeorar más.

“Mira, voy a introducir este instrumento.”

Estiré el cuello y crucé los dedos para desear que el médico no me mostrara de repente un corno Francés. “Vale.” En cambio, aprobé un instrumento de tortura metálico del siglo dieciocho.

“Aqui voy.”

¿Qué cara se puede poner en una situación como esta? Solo esperé hasta que un dedo cálido forzó su entrada en mi trasero. Me sentí muy incómodo hasta que la parafernalia de acero se unió a la fiesta dentro de mi culo—el instrumento frío ensanchó mi agujero—entonces, me sentí violado.

“Señorita De Santos” Dijo, haciendo sonreír a Andrea—era la primera vez que alguien la llamaba así. “¿Podría venir aquí un segundo?” Su sonrisa se desvaneció al instante. Cubrí mi rostro detrás de mis sudorosas palmas.

“Verá, señorita. Hay un pequeño corte justo aquí.” Los dos miraron mi ano estirado como si fuera una imagen dentro de la pantalla de un teléfono.

“¡Tomen una foto, durará más!” Grité, con el culo abierto.

El momento terminó un millón de años después. Nos sentamos en su escritorio una vez más como si no hubiera visto mi glande y mis bolas.

“El ano es muy sangron…” El repetía una y otra vez. “Casi todo lo hace sangrar, así que ten más cuidado.”

Me retorcí.

“Te voy a recetar una pomada. Te la aplicarás en el ano, en movimientos circulares, dos veces al día—a primera hora de la mañana y a última hora de la noche.”

Antes del anochecer, Andrea y yo finalmente regresamos a la casa. Después de ducharnos juntos, me senté en la sala de estar con una toalla sobre los hombros mientras fumaba para eliminar mis traumas, temblando como una prostituta maltratada. Andrea se apoyó en el sofá mientras se escurría el cabello con una toalla.

“Harry, es un proctólogo. Además, cuando cumplas cuarenta, tendrás que ir una vez al año.”

“Andrea, tengo miedo.”

“¿Por qué? Nos dijo que todo está bien.”

“Extraño un poco…”

“¿Qué?”

“Nada…”

“Dime,”

“No, no vale la pena.”

“Vale.”

Se hizo el silencio en la sala.

“Creo que extraño el dedo del doctor.”

“¡Qué!” Ella sonrió sorprendida.

Me reí y chasqueé la colilla del cigarrillo.

“Eso es… ¡Guau!” Andrea no podía creerme.

“Creo que es hora de ir a la cama” Yo dije, dando por terminado el día.

“¡Sí! ¡Tienes puro sueño, jovencito!”

“Oh, primero tengo que… La pomada.”

Me precipité al baño y abrí las piernas. Me puse un poco de crema en el dedo.

“¿Harry?” Dijo Andrea, la puerta crujió.

“Ya casi estoy listo,” Le aseguré.

“¿Quieres que te ayude? Tengo las manos limpias.” Me dio una sonrisa coqueta.

Y esa, mis niños, es la razón por la que me voy a casar con Andrea la Muñeca. ¡Oh! ¡Là! ¡Là!

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