Dominique la Entrenadora de Perros

*El siguiente cuento es un trabajo de ficción. Los personajes, organizaciones, marcas, y eventos retratados son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Este material no refleja las opiniones del autor. Puede representar temas y lenguaje altamente inapropiado para demograficos sensibles y no deberia ser leído por menores.

 

Dominique Guaufenstein tiene veintitantos años. Ella pasea perros para ganarse la vida, es una entrenadora de perros con licencia, pero tiene el cuerpo de una entrenadora de lombrices. A pesar de eso, es bastante sexy. Tiene un rostro bonito y un cuerpo regordete y curvilíneo; a solo dos M&Ms de la obesidad. Pero, por desgracia, no le gusta la posición de perrito. No le agrada. Aunque es su mejor ángulo, dice que entra demasiado aire y que los pedos vaginales matan el ambiente.

Ella vino a mi casa y charlamos sobre las nuevas habilidades de Rufus. Fue increíble, en tan solo 45 minutos Rufus había aprendido a sentarse, darse la vuelta, hacerse el muerto y pedir el super en linea. Rufus disfrutó del gratificante hígado deshidratado y, para ser sincero, nosotros también.

Dominique tenía una boca muy suelta, por eso sé todo sobre su vida sexual. Cada semana ella salía con un chico nuevo. Y consecuentemente, ella era extremadamente cuidadosa.

“Ayer no pude dormir porque estuve buscando a este tipo en Instagram,” Ella dijo con los ojos muy abiertos.

“¿Tuviste suerte?” Yo agregué.

“No… ¡Pero quiero asegurarme de que el chico con el que estoy saliendo no sea un completo psicópata! Por eso fui a su casa a las 3 de la mañana para verlo dormir.”

“Naturalmente.” Concluí.

Sabía que la chica estaba loca, pero como era de Chihuahua, Alemania. No pude resistirme a esos ojos de Pastor Alemán, quería quitarle su Bóxer, sacar majestuosamente a mi Bichón Boloñés—y presumir su pelo recortado—para darle unos Corgi Galés a su Perro Canario, digo, unos cogidones a su perro culazo.

De todos modos, ¿quién soy yo para juzgar a Dominique? Yo mismo estoy luchando con una variedad de trastornos. Hace tan solo dos semanas, tuve mi primera cita con una psicóloga.

“Donde quieras en el sofá, siéntete como en casa,” Dijo la terapeuta.

“Gracias.”

“Puedes llamarme Marisol.”

Me senté y noté el perchero. Quité el gorro de mi pelo largo, deslice los guantes, la chaqueta bromosa, desenredé la bufanda azul, bajé la cremallera del suéter de cachemira, me quité las orejeras, los pantalones, la camisa de manga larga, el segundo par de guantes, el disfraz de La Sirenita que llevaba debajo, el cinturón y, por fin, el sombrero de copa.

“Muy bien,” añadió, “¿Qué te trae por aquí?”

“Bueno, me gusta exhibirme delante de la gente”.

“Puedo oler eso…” Se inclinó hacia atrás.

“Sí, soy exhibicionista,” seguí hablando. “Todo empezó como un simple pasatiempo, pero con el tiempo se convirtió en una compulsión total. Ahora siento que me estoy desvaneciendo si no expongo mis genitales a otras personas.”

“¿Quién más ha visto tus genitales?” Preguntó la profesional.

“Bueno pues, mi dentista, el que me consigue la marihuana, mi novia, las amigas de mi novia, mi padre, el padre de mi padre y el gobernador actual.”

“Ya veo,” reflexionó Marisol, “¿Y es liberador?”

“Verás, sufro de un calentamiento extremo, por lo que mis bolas generalmente se comprimen en una masa homogénea, pero cuando me suelto los de abajo me siento menos culpable.”

Ese fue el momento en que llegó la policía y pasé una noche en la cárcel. Le di 3 estrellas y media en BetterHelp.

En menos de una semana, Dominique y yo éramos una pareja. No podía creer lo que estaba sucediendo. Pero debería haberlo adivinado. La primera vez que expuse mi pene frente a ella, me recomendó que me afeitara solo hacia abajo y elogió mi prepucio. Además, Dominique no es tan exigente. La semana pasada, casi se comprometió con Oscar Mayer, un miserable controlador de plagas que tiene un gran fetiche por los insectos. La primera vez que tuve sexo con Dominique, me contó la historia completa de la vida de Oscar. Consiguió el trabajo mientras estaba sentado en una banqueta, rebotando su espalda contra el concreto después de haber inhalado un trapo humedecido con disolvente de pintura. Un hombre lo vio en la calle rociando químicos y coqueteando con cucarachas, así que le ofreció trabajo.

“¿Cuánto por exterminar los insectos en mi casa?” Dijo Tobey.

La puerta se deslizaba muy bien para el escarabajo que Oscar era. La gente le pagaba por acabar con esas creaturitas de piernas largas llamadas arañas, o esos largos, negros y palpitantes ciempiés.

Pero Oscar no tenía el veneno necesario, en cambio los recogía en frascos. Los llevaba a su casa y les pronunciaba el dulce amor, en el jardín de sus padres—a menudo durante las fiestas familiares.

Pero fue durante su primer trabajo en la casa de Tobey cuando Lynda, la esposa de Tobey, supo que algo andaba mal con Mayer, tal vez debido a la enorme carpa dentro de sus pantalones mientras lo picaba un escorpión.

“Mi amorcito,” Le preguntó Lynda a Tobey, “¿Dónde exactamente encontraste a este tipo? ¿En la calle?”

Sin embargo, mi relación con Dominique terminó después de cuatro horas, ya que su enorme boca le admitió a otro cliente que su licencia para entrenar perros era falsa, en realidad, ella apuntaba a los cachorros con un revólver dentro del bolsillo de su suéter deportivo.

Su licencia fue revocada, su depresión la convirtió en el M&M amarillo, y regresó a Chihuahua, Alemania con sus padres.

Oscar Mayer ganó el Premio Nobel de la Paz y ahora es dueño de un santuario de insectos mitad club de striptease para personas con formicofilia.

Y Marisol—la terapeuta—me pidió una cita, ella también es exhibicionista. ¡Pero que Perra es la vida! Todavía extraño a Dominique... Supongo que no importa porque el Chow Chow debe continuar.

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