El Pegajoso, el Gordo, y la Cachonda
*El siguiente cuento es un trabajo de ficción. Los personajes, organizaciones, marcas, y eventos retratados son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Este material no refleja las opiniones del autor. Puede representar temas y lenguaje altamente inapropiado para demograficos sensibles y no deberia ser leído por menores.
En la universidad estás sentado en el aula, pensando en el atormentador significado de la vida—especialmente porque estás deslizando en tu celular en busca de una decente muñeca sexual en Shein porque eres el único de tus amigos que no ha tenido sexo ni una novia y ni siquiera ha besado a una chica y, francamente, tus esperanzas están bajo las suelas de tus zapatos; las cuales huelen a mierda de perro.
“¡Oye, hombre! ¿Qué tr-tr-tranza?” Jeremy sonríe antes de hacer una mueca de desagrado. “Oh, hueles a mierda.” Jeremy es el tipo delirante que cree que es amigo de todos, pero para su desgracia es extremadamente gordo y huele a bolas sudadas, quieres vomitar cada vez que estás cerca de él. “Escucha, la fraternidad necesita un hombre de verdad que pueda conducir un vehículo estándar, ¿te apuntas?” El dice, y te hace sentir importante al instante. “Es una camioneta.” Te imaginas conduciendo una bonita todoterreno.
Jeremy y tú salen del aula para caminar hacia el estacionamiento. “¿Trajiste tu auto, bro?” El interrumpe tu imaginación. “Ah, está aquí mismo” Dice antes de que siquiera tartamudeés una excusa. Jeremy guía tu Volkswagen Jetta 2009 en lugar de decirte hacia dónde ir.
“Gira a la izquierda aquí... Luego gira a la derecha después de la señal de alto... Luego sigue recto hasta que veas un semáforo.” Pero el panorama de la calle se pone cada vez peor y después de conducir media hora sin tener ni idea hacía donde vas, lograste preguntarle.
“Necesitaré algo para la gasolina, amigo.”
“Oh, claro, hombre. Serás recompensado.”
Tu auto rueda a un barrio peligroso con baches y autos abandonados—algunos tienen bolsas de basura en lugar de ventanas y otros tienen las llantas completamente reventadas. Ves una minivan de mierda, la Honda Odyssey más de mierda—pensar que era un modelo de los años 2000 hubiera sido una apuesta arriesgada.
“Esperaremos a que aparezca mi secretaria... Amigo, está buena...” El gordo cabrón sonrió asquerosamente. “Tiene un culo buenísimo, bro... Déjame que te lo cuente... Y sus tetas... ¡Ay, hombre! Me dejó tocarlas una vez... Eran como dos bolsas de arroz llenas...” Jeremy también era virgen hasta los huevos. “Déjame que te enseñe su perfil de InsTaboo.”
Su teléfono muestra una foto de la chica en la playa—lo peor es que no está nada buena—y ni siquiera su tanga, la cual está muy metida entre sus nalgas, la ayuda a camuflar su culo plano.
“¿Te gusta? Está buena... ¿Quieres cogertela?” Te da un codazo Jeremy.
“Sí... Quiero arrancarme la verga…”
La secretaria de culo plano llega y te enseña la supuesta camioneta. Y de hecho, es la Honda Odyssey roja oxidada del 94 con una rueda de repuesto. Dos abuelas salen de la casa delante de la miniván pidiendo ayuda para sacar las jaulas. Jeremy entra y trae jaulas y jaulas y jaulas de perros sin hogar. No puedes creer en lo que te ha metido Jeremy. Lo primero que ves después de meterte en la minivan son unos condones de piel de cordero en el compartimento de bebidas, y que la palanca de marcha está detrás del volante y sus velocidades se han borrado con el tiempo.
“Genial…” Tu murmuras.
Inhalas profundamente mientras ves que tu Jetta blanco se queda atrás, y de pronto una cabeza enorme aparece en tu espejo retrovisor. “Oye, ¿sabías que Susan canta?” Dice Jeremy, como si no acabara de mostrarte fotos de ella semidesnuda como un proxeneta.
“Así es.” Dice ella, creída.
“Oh, no. No lo sabía.” Dices.
“¿Quieres una demostración? Oye Susan, cántale algo a...” Jeremy intenta recordar tu nombre. “¡A mi hombre, este vato!”
“¡No sé qué cantar!” Ella dice sonriendo—por llamar la atención de estos hombres.
“Canta la canción que cantaste anoche.”
“Está bien.”
Procede a chillar por encima del fuerte ladrido de los perros. Sientes que te palpita el párpado.
“¿No es la mejor cantante?” Dice el gordo cabrón.
“Oh, Jeremy, me estás haciendo sonrojar…”
Después de una hora de escuchar una conversación aburrida sobre el árbol genealógico de la secretaria, finalmente estacionas la camioneta dentro del Campus en Sebastian, sin usar la reversa porque no entendiste dónde estaba.
“Pensé que sabías manejar estándar…” Acusa Susan.
“¡Oh! ¡Amigo, te está destruyendo!”, Jeremy grita en tu oído, ella sonríe perramente, y tu quieres estar muerto.
Jeremy y tú descargan todas las jaulas de la minivan y entran al evento de Adopción de Perros que su fraternidad organizó—muy pobremente. Te invitan a una foto grupal y, como reconocieron tu presencia invisible, aceptas. Susan se interpone entre Jeremy y tú, pero tu sientes la mano regordeta de Jeremy rozando tu panza, está jalando la chica hacia él mientras la sujeta fuerte de la cintura. No logras sonreír para la foto, solo existes.
“Oye, hermano. Quiero agradecerte por todo.” Admite Jeremy.
“Sí… No hay problema…” Mientes.
“Antes de darte tu generosa tarifa… Sé que esto va a sonar raro pero… Susan me dijo que deberíamos hacer un trío… Lo sé, raro, pero si estás interesado… Ahora mismo, ¿En su casa o en la tuya?”
Y como tu impulso sexual es más poderoso, los tres aparecen en su casa en tu Jetta 09. Su casa era más pequeña que el baño de la Universidad. Jeremy y tú se sentaron en el sofá mientras la secretaria limpiaba su dormitorio y se preparaba para la acción.
“Oye, amigo. No soy gay. Así que, por favor, no toques mi bicho. Te juro que te voy a dar un puñetazo.” Te aconseja Jeremy.
Lo miras y te quedas callado. Ves una cucaracha trepando por la pared frente a ti. La secretaria sin culo aparece con lencería humeante, sorprendiéndolos a ambos. Como Jeremy y tú son inseguros, ambos se bajan la cremallera del pantalon y estaban listos para empezar, a Susan no le importó. Estás dedeando la concha humedecida de Susan mientras ella le chupa la pinga a Jeremy, quien pone una mano sobre tu cuello con delicadeza. Le das una palmada en su mano obesa.
“¿Tienen condones?” La secretaria traga saliva.
“No, pensé que tenías…” Le dice Jeremy. “¿Tienes?” Te pregunta mientras le succionan su pito corto.
Una rata corriendo entre tus zapatos te asusta. Dudas mucho si sacar de tu bolsillo los condones de piel de cordero del Honda Odyssey o conducir hacia un precipicio. Haces ambas cosas, en ese orden. Y esa es la historia de cómo perdiste la virginidad—y contrajiste sífilis.